Todos hemos oído hablar ya de mindfulness, todos tenemos un amigo o una amiga que medita o que ha acudido a algún taller. Y quizá hasta tú mismo has practicado eso de «dejar la mente en blanco» cuando te preocupa algo o te pones nervioso, probablemente con menos éxito que frustración, o hayas acudido a algunos de estos grupos que han florecido como amapolas en el vasto campo de las terapias alternativas o en el de la psicoterapia «oficial» en los últimos años.
Este campo, diverso y hermoso por ello, se convierte en caos cuando se mezclan el misticismo y las religiones con las ciencias y las pseudociencias, o las ciencias ejercidas con ese airecillo academicista con el que alguien, que se supone a sí mismo autoridad en alguna materia, trata de transmitir a otro el conocimiento de un determinado remedio o una técnica, sin explicar cómo y por qué funcionan, qué mecanismos se desarrollan, qué estudios y demostraciones le llevan a concluir que éste y no otro es el mejor remedio o la técnica más adecuada para el problema que le plantean.
Este es el inicio de una serie de artículos que intentarán presentarte mindfulnes desde la base. Su fundamento, su origen, su desarrollo actual, sus distintas propuestas, su justificación desde las ciencias… Porque estoy segura de que el conocimiento es el mejor apoyo para la adherencia a esta herramienta poderosa que puede cambiar radicalmente la perspectiva que tienes de la vida, y cómo estás y te sientes en ella y en tu propia piel.
Cuando decimos midfulness, estamos diciendo en realidad meditación vipassana, meditación de concentración y de introspección, pero sin hábito de monje, sin cuenco tibetano, sin namasté, y sin nada de eso que huele a religioso y que a los occidentales nos da tanta alergia. Si algo nos ha impedido acercarnos antes a esta forma de mirarnos y mirar el mundo, ha sido el contexto místico en el que germinó en Oriente antes del origen del budismo con el que lo identificamos fácilmente.
Tuvimos, por tanto, que cambiarle el nombre y cambiarle el outfit (porque nosostros somos muy modernos y no practicamos técnicas (milenarias) que no tengan nombre neurocientífico o en ingés), para decidir que sí, que venga, que vale, que eso que llevaban siglos practicando los locos de naranja igual tenía su punto. Algunos sí se atrevieron cuando aún tenía muy mala prensa este rollo de meditar y tal y tal, como Kabat Zinn, y lo sometieron al método científico, y comprobaron (siguen comprobando) cuáles de esas prácticas producían diferencias estadísticamente significativas en el tratamiento de la ansiedad, del estrés, en el afrontamiento del dolor crónico, en las disfunciones sexuales, en los duelos patológicos y normales, en el insomnio, bla bla bla bla bla… podríamos estar así hasta mañana.