Es la vida como tal la que pregunta al ser humano. Éste no tiene nada que preguntar, es más bien el preguntado por la vida, el que tiene que responder a la vida y responsabilizarse ante ella.
Un extracto del pensamiento esencial de Viktor E. Frankl.
Son muchos los motivos por los que alguien, tal vez tú en algún momento, puede decidir implicarse en una terapia psicológica. Podemos sumar varios diferentes por cada persona que se ha cuestionado su ser en este espacio hasta hoy, y los motivos seguirán creciendo a medida que más personas acepten el desafío. No obstante, todos comparten un sustrato de común humanidad que hace posible que estos motivos germinen en sentimientos conscientes, consecuente manejo y acciones coherentes.
Hay estudiantes y profesionales que desean formarse para ejercer la psicoterapia, y encuentran que una parte importante de esta preparación consiste en realizar un trabajo personal de autoconocimiento en el que medirse cara a cara con sus propios conflictos, que serán los conflictos humanos en los que más tarde acompañarán a sus clientes.
Algunos que, por su trabajo o a razón de cualquier otra actividad, se ocupan de servir a las personas, a menudo se ven confrontados con la muerte, el sufrimiento, la delincuencia, la tragedia o la miseria, se debaten en dilemas morales, experimentan profundas crisis de conciencia, y solicitan la ayuda de un profesional que les ofrezca con su saber el modo de integrar de la mejor forma posible todas esta dimensiones inherentes a la vida, y continuar hacia delante en su vocación de servicio.
Hay personas que, como Rosalía, comprenden que debe de haber otro modo de ser humano y libre, otro modo de ser, tras haber sido golpeados por acontecimientos dolorosos y sobresaltados por una súbita pérdida de fe en el sentido de su vida; o que, sin tales sacudidas, no obstante se cuestionan acerca de su manera de estar con los suyos, los más alejados, los desconocidos, consigo mismos y en el mundo.
Algunos acuden buscando asesoramiento en determinado campo más o menos delimitado, y descubren al alcanzar la cima de la montaña que en realidad están sentados sobre la punta de un gigantesco, desmesurado, hermosísimo iceberg, y deciden quedarse a explorarlo.
Los hay cuyas vidas son una constante encrucijada llena de angustia e incertidumbres, los hay infelices, desasosegados…
Pero todos osan medirse con lo que más temen. Porque a una consulta de psicoterapia no acude el loco, el ido, el que no tiene remedio, el raro. Sino una persona suficientemente cuerda, sana, lúcida, como para hacerse consciente de que otro camino es quizá posible y que puede haber una alternativa en su dolor o en su apatía; en su comportamiento lesivo, obsesivo, incongruente con su naturaleza; en sus ideas, muchas sobrevaloradas y antiguas. Personas que, con su dolor o su ira, su egoísmo, desapego, di-sintonía, se sientan en la consulta y se confrontan con estos afectos y desafectos, y se buscan, siempre con valentía, en el bosque de todos sus atributos hasta dar con sus propias plantas medicinales para protegerlas, alimentarlas y usarlas en su crecimiento.
El proceso psicoterapéutico consiste básicamente en el encuentro entre dos o más personas que desde su humanidad afrontan juntas cualquier interrogante relativo a ella, es decir, a lo humano, y particularmente al hombre concreto o la mujer concreta que está en la silla o en el cojín o en el diván.
El hombre de carne y hueso de Unamuno, el que nace, sufre y muere –sobre todo muere-, el que come y bebe y juega y duerme y piensa y quiere, el hombre a quien se ve y a quien se oye, el hermano, el verdadero hermano.
La psicoterapia se sirve de la palabra: la que se pronuncia, la que se calla o la que se expresa en el rostro o en el cuerpo; usa el lenguaje y a veces lo transforma y crea nuevos códigos. Es un diálogo con el propio corazón en una relación de tú y yo en este momento, por completo.